Iba paseando sin rumbo, cabizbajo, sumido en mis pensamientos por un solitario y sombrío callejón adoquinado por el cual no pasaba nadie. Tantas veces mis pasos habían recorrido esos adoquines y nunca me había fijado en ellos, desgastados y pulidos de manera deforme por el paso del tiempo. De repente me quedé parado, pensativo, como aturdido por alguna razón o algo que me preocupara, allí en medio del callejón. Al cabo de un rato sentí una presencia que me observaba, miré a derecha e izquierda, no había nadie. Me dí la vuelta y ahí estaba, quedé boquiabierto al ver la sonrisa más alegre y agradable que jamás he visto, de mirada dulce y sincera, tenía unos intensos y hermosos ojos claros que resaltaban con un brillo cristalino al lado de la cabellera dorada como el sol, era como si estuviera delante de un ángel. Ella, tendría alrededor de los veinte años, de expresión amable, enérgica y feliz.
Sin siquiera mediar palabra sentí el deseo y la necesidad de acompañarla, pues acababa de invitarme a pasear, pero no podíamos ir juntos cogidos del brazo. Ella iba en silla de ruedas, la acompañaba su madre ya que no se valía por sí misma. Con su permiso cogí la silla y la empujé, dimos un paseo llenos de risas y pura felicidad que me transportó a mis años de infancia, de despreocupación, incluso llegamos a correr por los callejones, como cuando jugaba feliz con otros niños y todo era tan sencillamente fantástico. Tras el paseo volvimos a la calle dónde habíamos tenido el encuentro, allí seguía su madre esperándonos con una sonrisa amable, agradecida. Eran de Italia, cuando llegamos la chica me dijo algo que no acabé de entender, lo cual su simpática madre me tradujo. El pequeño ángel quería ser mi amiga, me pedía la dirección de casa para seguir en contacto por correo ordinario.
Por momentos quedé descolocado, no entendía lo ocurrido, no conocía a esas mujeres y me sorprendía la situación. ¿Qué ocurría? Parecía tan fácil y divertido.
El pequeño ángel de no más de 20 años sufría una extraña parálisis muscular, qué en escasos meses pasó de una vida de adolescente normal a tener que convivir con un cuerpo que no le respondía debidamente. Aún así, sólo con su presencia amable, feliz y divertida me transformó, hizo volver en mí ese niño feliz y despreocupado que todos hemos sido.
No hubo despedida, fue un cerrar y abrir de ojos y ya no estaban allí. ¡Aún no se podía marchar, no sabía su nombre, no le había dado mi dirección!

Esta noche he tenido un sueño, un sueño que me ha dado plenitud, felicidad y amor…

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